viernes, septiembre 23, 2005

UNA DE ZOMBIES, OTRA DE ZOMBIES...


Una de mis grandes (y más tempranas) pasiones es el cine. Y dentro de mis gustos cinematográficos tengo debilidad por algunos géneros y subgéneros. Uno de ellos es el terror. Y en especial el subgénero del cine de zombies. Así que cuando se estrenó hace unas semanas La tierra de los muertos vivientes (2005), la enésima excursión de George A. Romero en este subgénero (que él mismo reinventó) no pude resistirme a la tentación.
Todo el mundo recuerda, supongo, aquella joya del cine de terror llamada La noche de los muertos vivientes (1968). Aunque no seamos conscientes de ello, la mayor parte de películas de terror están protagonizadas por muertos vivientes: vampiros, momias, monstruos puzzle, zombies... Pero si hay que asociar este subgénero a algún personaje concreto es a éste último: al de zombi. Y precisamente fue Romero quien instauró en esta película el prototipo de zombi moderno devora cerebros que hoy en día todos conocemos.
Lo cual no quiere decir que hasta entonces hubieran de esperar estos cadáveres vivientes para salir de sus tumbas y corretear por ahí a sus anchas. Muestra de ello lo tenemos en La legión de los hombres sin almas (1932) -donde se utiliza por vez primera el término “zombie”- o la más conocida y popular Yo anduve con un zombi (1943) de Jacques Tourneur. Éstos eran zombies preromero, hijos de los ritos de vudú haitianos. La legión… tuvo una secuela titulada Revolt of the zombies (1936), y ese mismo año Michael Curtiz convirtió a Boris Karloff en un zombi-pianista (¿?) en The Walking Dead. Pero será tras el éxito de Yo anduve… cuando surgirían toda una avalancha de películas, sobre todo de serie Z -y nada tiene que ver esta “zeta” con la de zombi- a cual con temática más absurda: en Revenge of the zombies (1943) John Carradine comandaba una legión de zombies- nazis; en The Voodooman (1944) repetiría mismo protagonista –junto al gran Bela Lugosi- donde un médico enloquecido trata de resucitar a su mujer aplicándole la “vitalidad mental” (¡!) de las jóvenes que asesina; en Valley of the zombies (1946) se incluía también la figura del mad doctor; Zombies on Broadway (1945) donde dos agentes de prensa descubren en un club nocturno de Broadway a un verdadero zombi (…); en Zombies of the stratosphere (1952) unos zombies-marcianos invadían (o al menos lo intentaban) la Tierra; y en Zombies of Mora Tau (1957) éstos eran zombies-anfibios y custodiaban un tesoro marino; en Voodo Woman (1957) otro mad doctor transformaba a las nativas de una de las islas de las Antillas en zombies a sus órdenes… La lista sería interminable así que sólo citaremos dos títulos más: Invisible Invaders (1959) y la que es considerada la peor película de la historia, Plan 9 from outer space (1956) del inclasificable -quién si no- Ed Wood. Curiosamente estos dos títulos incorporan y presentan precedentes iconográficos de los zombies de Romero: en la primera, lo impecablemente bien vestidos que van el grupo de resucitados (en contraste con la cara demacrada); y, en la segunda, los torpes andares del ¿actor? Tor Jonson tras su resurrección.
Así, tras esas producciones de los años. 40 y 50 (incluidas bochornosas patochadas de Abbott y Costello, que las hubo), a finales de los 60 llega un jovenzuelo de 28 añitos y se marca esa obra maestra que daba savia nueva al género instaurando (ya lo hemos dicho) el prototipo de zombi moderno devora cerebros que hoy en día todos conocemos. Este filme, a modo de dato curioso, inauguró la lista de películas de terror hechas con cuatro duros y que terminan siendo un exitazo de taquilla -La matanza de Texas (1974), La noche de Hallowen (1978) o El proyecto de la Bruja Blair (1999)-.
El mismo Romero retomó el tema diez años después en Zombie y luego, con bastante menos acierto, en El día de los muertos vivientes (1985). Romero puso de moda entonces el resucitar a los muertos dando lugar a otra segunda avalancha de títulos –mejores y peores- entre los que destacan Posesión infernal (1982), El regreso de los muertos vivientes (1985) –uno se pregunta cómo el coguionista de Alien, Lifeforce o Desafio Total concibió tamaño despropósito-, la injustamente olvidada El terror llama a su puerta (1986), Maniac Cop (1988) o las primeras obras fílmicas de Peter Jackson, Bad Taste (1988) y Braindead: tu madre se ha comido a mi perro (1992), o incluso las sagas de Pesadila en Elm Street, Hallowen y El Cuervo (¿o es acaso Freddy Krueger, Jason Myers y Brandon Lee no son muertos vivientes?).
A este desquiciado y suculento listado de títulos habría añadir los que el giallo italiano (spaghetti gore, para otros) aportó con Mario Bava, Dario Argento o Lucio Fulci a la cabeza. Pero es que hasta la paupérrima “industria” española ha aportado su granito de arena con joyitas como No profanar el sueño de los muertos (1974) o los míticos templarios de La noche de terror ciego (1971). Y, por razones más que lógicas, obviamos la película que da título a este post.
En los 80 se volvería al zombi vudú originario, al haitiano, en estupendos títulos como La serpiente y el Arco Iris (1987) –puede que el único producto decente del inefable Wes Craven-, Los Creyentes (1986) o en El corazón del Ángel (1987) de Alan Parker.
Pero llegamos a los 90 y comienzan con una versión actualizada de La noche de los muertos vivientes (1990) y una vuelta a los zombies de Romero. Esta película, producida por el mismo Romero y dirigida por el director de efectos especiales Tom Savini, apenas aportaba algo nuevo; si acaso el papel más agresivo post Alien de la protagonista femenina acorde a los nuevos tiempos. Más cercanas tenemos 28 dias después (2002) o la esplendida El amanecer de los muertos vivientes (2004) –remake (superior) del Zombi de Romero (¡de nuevo!)-. Película ésta con uno de los mejores inicios del cine de terror.
Y de ahí a la recién estrenada La tierra de los muertos vivientes, película que nos ha servido de excusa para este (breve) repaso al cine de zombies. Película que sólo nos hace añorar aún más a un Romero no ha vuelto hacer nada comparable a aquello con lo que nos sorprendió hace ya más de tres décadas.
Así que, para quitarme el mal sabor de boca, llego a casa y decido escribir algo sobre el tema. Enciendo el ordenador, me conecto a internet y comienzo a buscar información sobre el tema mientras escribo las primeras palabras “Una de mis grandes (y más tempranas) pasiones…”
y sigo escribiendo: "... es el cine. Y dentro de mis gustos cinematográficos..."